Verbum Domini – Domingo de Pentecostés
Comentario a las lecturas del Domingo de Pentecostés
VERBUM DOMINI


“Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22)
Espíritu Santo, alma de la Iglesia, ven a nosotros. Renueva nuestra fe, enciende nuestra esperanza, fortalece nuestro amor. Haznos valientes para anunciar a Cristo y humildes para vivir en comunión. Amén.
La fiesta que renueva el alma de la Iglesia
Cincuenta días después de la Pascua, celebramos la gran solemnidad de Pentecostés, la plenitud del misterio pascual. En la primera lectura (Hch 2,1-11), el Espíritu irrumpe como viento impetuoso y fuego, transformando a los discípulos temerosos en testigos audaces. El salmo 103 nos invita a bendecir al Señor, cuya presencia renueva la faz de la tierra.
San Pablo, en la segunda lectura (1Cor 12,3b-13), nos recuerda que todos hemos recibido un mismo Espíritu y que los dones diversos edifican un solo cuerpo. Finalmente, el Evangelio de san Juan (Jn 20,19-23) nos lleva al anochecer de la Resurrección, cuando Jesús se presenta en medio de los suyos, les da la paz, los envía y les comunica el Espíritu con el poder del perdón.
El Espíritu que hace nuevas todas las cosas
Pentecostés no es un simple cierre del tiempo pascual, sino el inicio vibrante de la misión de la Iglesia. Desde la irrupción en el Cenáculo, la historia de la salvación entra en una nueva etapa: el Espíritu Santo, tercera Persona de la Trinidad, actúa en el mundo a través de la Iglesia.
La imagen de las lenguas de fuego no es accidental: el Espíritu enciende, purifica y transforma. No se trata solo de un fenómeno místico, sino de una experiencia fundacional: los apóstoles salen a hablar en lenguas que todos pueden comprender. El milagro no está solo en el sonido, sino en el entendimiento, en la comunión que genera el Espíritu. Pentecostés invierte la torre de Babel: allí la soberbia dividió; aquí el Espíritu une en la diversidad de carismas y dones.
El salmo responsorial complementa esta visión: “Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”. El Espíritu es fuente de vida, no solo en sentido espiritual, sino también en la creación misma. Allí donde hay muerte, miedo, egoísmo, Él sopla con fuerza nueva.
Pablo nos introduce en otra dimensión: la Iglesia es un solo cuerpo animado por el Espíritu. Este cuerpo no es uniforme, sino orgánico, donde cada miembro tiene una función, un don particular. Ningún carisma es para provecho personal; todos están al servicio del bien común. Esta es una llamada urgente para nuestras comunidades hoy: ¿cómo usamos los dones que hemos recibido? ¿Los reconocemos en los demás? ¿Vivimos en clave de comunión y servicio?
Y ahora en el Evangelio Jesús resucitado aparece en medio de los discípulos, en el centro de su miedo. No les reprocha, no los juzga. Les ofrece la paz. Esa paz no es evasión: es envío. “Como el Padre me envió, así también los envío yo”. Pero no los envía solos: les entrega el Espíritu, que los capacita y les da autoridad para perdonar. El perdón, como signo del Espíritu, es la señal más concreta de su acción en la Iglesia.
El Catecismo lo expresa con fuerza: “La misión de Cristo y del Espíritu Santo se cumple en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo” (CEC 737). Sin el Espíritu, la Iglesia sería solo una organización humana; con Él, es sacramento de salvación.
Ser testigos hoy
Pentecostés es un acontecimiento actual. No basta recordar lo que sucedió en Jerusalén en ese momento histórico; debemos abrirnos a lo que Dios quiere hacer hoy en nuestras familias, parroquias, trabajos, comunidades.
¿Tenemos miedo? ¿Nos sentimos encerrados como los discípulos? Entonces, ¡es momento de clamar al Espíritu! Él no solo nos consuela: nos empuja. El fuego del Espíritu no es para quedarse en nosotros, sino para ser compartido. Evangelizar no es solo predicar: es vivir de tal manera que otros puedan experimentar la alegría del Evangelio.
Cada uno ha recibido dones. Cada uno ha sido bautizado en el mismo Espíritu. Ser Iglesia hoy significa asumir nuestra misión: construir comunión, sanar heridas, hablar lenguajes que los otros entiendan.
En un mundo dividido, el testimonio de unidad y amor mutuo es el lenguaje que todos comprenden.