Verbum Domini – Domingo XIV del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Comentario a las lecturas del XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, 2025
VERBUM DOMINI


“Alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo”
📖 Is 66,10-14 | Sal 65 | Gál 6,14-18 | Lc 10,1-12.17-20
Señor Jesús, que nos envías como sembradores de tu paz,
haznos testigos valientes de tu Reino.
Que no nos dejemos llevar por el miedo ni por el orgullo,
sino por la alegría de sabernos amados por ti.
Escribe nuestros nombres en tu corazón
y enséñanos a llevar tu consuelo a los que sufren.
Amén
Una ternura que consuela y transforma
El profeta Isaías proclama un mensaje de esperanza: Dios mismo consuela a su pueblo como una madre a su hijo. Esta imagen maternal de Dios anticipa lo que el Papa Francisco llama “la ternura revolucionaria” del Evangelio (cf. Evangelii Gaudium, 288). En medio del dolor, Dios no se limita a prometer justicia futura, sino que ofrece consuelo presente, abundancia de paz, y fecundidad espiritual. Es la experiencia del creyente que, aún en la prueba, no deja de confiar.
Pablo, con la pasión del apóstol, declara que no se gloría en nada más que en la cruz de Cristo. En su cuerpo lleva las señales del amor crucificado. El Concilio Vaticano II nos recuerda que “el camino de la perfección pasa por la cruz” (cf. Lumen Gentium, 42). El apóstol no busca el aplauso del mundo, sino vivir como “nueva creatura”. La verdadera conversión cristiana no es superficial, sino una transformación profunda del corazón, marcada por la gracia y por la fidelidad a Cristo.
Misión sin seguridades: enviados con la paz como equipaje
Jesús envía a sus discípulos como corderos en medio de lobos. No llevan riquezas ni seguridades, solo una palabra: “Paz a esta casa”. Su misión no es imponer el Reino, sino anunciarlo con humildad y confianza. Esta imagen refleja lo que el Papa Benedicto XVI describía como “la lógica del grano de trigo” (cf. Spe Salvi, 8): perder para ganar, morir para dar vida. A donde llegan los discípulos, llegan el consuelo, la curación y la cercanía de Dios.
Los discípulos regresan entusiasmados: han visto prodigios en nombre de Jesús. Pero Él los llama a mirar más alto: “Alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo”. El Catecismo enseña que la vocación cristiana es ante todo un llamado a la bienaventuranza eterna (cf. CIC 1716). La alegría del cristiano no nace del éxito exterior, sino de saberse amado, salvado y llamado por Dios. Esa es nuestra mayor dignidad: haber sido elegidos y escritos en el corazón de Cristo.
Ser testigos hoy
Hoy Jesús sigue enviando a sus discípulos, y nosotros formamos parte de esos setenta y dos. Nuestra misión no depende de nuestra capacidad, sino de la fidelidad con la que respondemos. Evangelizar no es conquistar, sino sembrar paz, curar heridas, anunciar el Reino. En un mundo herido por el ruido, la prisa y la violencia, cada gesto de misericordia y de paz es ya una semilla del Reino.
Como Iglesia, estamos llamados a salir, a ir a las periferias, a vivir como verdaderos testigos de la esperanza. Como dice el Papa Francisco, “la misión es una pasión por Jesús y una pasión por su pueblo” (EG, 268). ¿Estamos dispuestos a caminar ligeros, con la paz como escudo y la cruz como brújula?