Verbum Domini – Domingo XVII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Comentario a las lecturas del XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, 2025
VERBUM DOMINI
“Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá.”
📖 (Lc 11,9)
Padre Bueno, que nos enseñas a orar con confianza y perseverancia: te damos gracias por tu infinito amor. Concédenos la gracia de un corazón que clame a ti sin cesar, intercediendo por nuestras necesidades y las de todo el mundo. Que tu Espíritu Santo nos guíe, nos fortalezca y nos convierta en instrumentos de tu paz y de tu perdón, para que tu Reino venga a nosotros y santificado sea tu Nombre en todo cuanto hacemos.
Amén


Hoy, en el XVII Domingo del Tiempo Ordinario, es un momento propicio para profundizar en nuestra relación con Dios y la vida de fe. La liturgia nos invita a reflexionar sobre la oración, presentándonos un camino de diálogo íntimo y persistente con nuestro Padre celestial. Es una invitación a confiar plenamente en su amor y misericordia, sabiendo que Él escucha y responde siempre a nuestras súplicas.
La intercesión que salva y el amor que se extiende
La Primera Lectura, tomada del Génesis, nos sumerge en un conmovedor diálogo entre Dios y Abraham. Vemos a un Abraham valiente, que intercede por Sodoma, negociando con Dios en una muestra de fe y confianza admirables. Esta escena nos revela la misericordia divina y el poder de la oración intercesora. Abraham, lejos de resignarse al juicio inminente, se atreve a preguntar, a insistir, a “regatear” con Dios por la vida de los justos. Es una lección poderosa sobre la audacia que debe caracterizar nuestra oración: no temamos presentar nuestras súplicas a Dios, incluso aquellas que parecen imposibles. La lección principal es que, por el bien de unos pocos justos, Dios está dispuesto a perdonar a muchos. Esto anticipa la obra salvífica de Cristo, el Justo por excelencia, cuya entrega nos ha redimido a todos. El Salmo Responsorial (Salmo 137) complementa esta visión, agradeciendo a Dios por su fidelidad y amor, y reconociendo que Él se complace en los humildes y fortalece a quienes lo invocan. "Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo y así concluirás en nosotros tu obra", cantamos, reafirmando nuestra confianza en su acción salvadora y misericordiosa.
La nueva alianza y la libertad en Cristo
La Segunda Lectura, de la Carta a los Colosenses, nos ilumina sobre la realidad de nuestra nueva vida en Cristo a través del Bautismo. San Pablo nos recuerda que, por este sacramento, fuimos "sepultados con Cristo y también resucitamos con él, mediante la fe en el poder de Dios". Estábamos "muertos por nuestros pecados", pero Dios nos dio una vida nueva, perdonando todas nuestras transgresiones. La imagen del “documento que nos era contrario, cuyas cláusulas nos condenaban”, y que fue anulado y clavado en la cruz, es una poderosa metáfora de la liberación que Cristo nos ha obtenido. Ya no estamos bajo el yugo del pecado y la ley antigua; hemos sido liberados para vivir en la libertad de los hijos de Dios. Este perdón total y esta nueva vida son el fundamento de nuestra capacidad para orar con confianza, sabiendo que nos acercamos a un Padre que nos ha amado hasta el extremo y ha sellado con su propia sangre una alianza eterna. Es esta reconciliación la que nos permite clamar a Él con la audacia de Abraham y la confianza de un hijo.
Ser testigos hoy
Las lecturas de este domingo nos invitan a vivir la oración como el aliento de nuestra vida cristiana. En un mundo lleno de ruidos y distracciones, donde a menudo nos sentimos abrumados por las preocupaciones, el Evangelio de hoy, con la enseñanza del Padrenuestro y la parábola del amigo inoportuno, nos exhorta a la persistencia en la oración. No se trata de "molestar" a Dios, sino de entrar en una relación de confianza y dependencia filial. Si un amigo atiende por insistencia, ¡cuánto más nuestro Padre celestial, que es infinitamente bueno, nos dará lo que necesitamos, y sobre todo, el Espíritu Santo!
La intercesión de Abraham nos enseña el valor de orar no solo por nuestras necesidades, sino por las de los demás, incluso por aquellos que consideramos ajenos o pecadores. Somos llamados a ser puentes de misericordia, a presentar ante Dios las súplicas de un mundo que sufre, de comunidades divididas, de personas que necesitan su gracia. Nuestra oración no es un monólogo, sino un diálogo transformador que nos une más a Dios y a nuestros hermanos.
Hoy, ser testigos significa vivir la oración como un acto de fe radical. Significa confiar en que, incluso cuando las respuestas no son inmediatas o evidentes, Dios está obrando. Significa buscar primero el Reino de Dios, sabiendo que Él nos dará el “pan de cada día” y nos perdonará, así como nosotros perdonamos. Significa que, como comunidad y como individuos, debemos perseverar en la súplica, en la búsqueda y en la llamada, conscientes de que el Padre nos concede su Espíritu Santo para que podamos vivir y anunciar su amor.