Verbum Domini – Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Comentario a las lecturas del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, 2025
VERBUM DOMINI
“Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea.”
(Lc 12, 15)
Padre Santo, que en tu Hijo Jesús nos revelas la verdadera riqueza del Reino, concédenos la gracia de desprendernos de las vanidades de este mundo. Que nuestros corazones estén fijos en los bienes del cielo, y que nuestra vida sea un testimonio de generosidad y caridad, confiados en que Tú eres nuestra verdadera herencia y nuestra eterna recompensa.
Amén


Nos encontramos en el XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, un momento propicio para la reflexión profunda sobre el sentido de nuestra existencia y la verdadera riqueza. En el corazón del verano, cuando a menudo nos dejamos llevar por el ritmo de las vacaciones y el consumo, la liturgia nos invita a hacer una pausa y reevaluar nuestras prioridades, recordándonos que la vida es un don precioso, cuya plenitud no se mide por lo que acumulamos, sino por la calidad de nuestro amor y nuestra relación con Dios.
La llamada a una vida nueva en Cristo
Las lecturas de este domingo nos confrontan con una verdad ineludible: la caducidad de la vida terrenal y la vanidad de los bienes materiales si estos son nuestro único objetivo. La voz de Cohélet en la Primera Lectura resuena con una sabiduría antigua y perenne: "Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión." Nos presenta la frustración del que se afana sin descanso por acumular riquezas, para luego tener que dejárselo todo a otro. Es un eco de la experiencia humana, donde el esfuerzo desmedido por lo material a menudo conduce a la insatisfacción y al vacío. Esta visión no es pesimista, sino realista: nos invita a no poner nuestra esperanza en lo efímero, sino en lo que perdura. El Salmo 89 complementa esta reflexión, recordándonos nuestra fragilidad y la brevedad de nuestra existencia: "Mil años son para ti como un día, que ya pasó; como una breve noche." Esta conciencia de nuestra finitud debe llevarnos no a la desesperación, sino a la sabiduría de pedirle al Señor que nos "enseñe a ver lo que es la vida y seremos sensatos", a valorar cada instante y a buscar la plenitud en su amor.
En el Evangelio de Lucas, Jesús aborda directamente el tema de la avaricia a través de la parábola del hombre rico. Este hombre, obsesionado con sus bienes, planifica una vida de autoindulgencia, diciendo: "Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida." Su fatal error radica en olvidar a Dios y en creer que su seguridad y felicidad dependían de sus posesiones. La respuesta divina es contundente: "¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?" Jesús no condena la riqueza en sí misma, sino la actitud de idolatrarla, de construir la vida sobre cimientos materiales olvidando lo esencial. La vida no se mide por lo que se tiene, sino por la relación con Dios y la caridad hacia el prójimo. La avaricia, como nos recuerda San Pablo en la Segunda Lectura de Colosenses, es una forma de idolatría, pues desplaza a Dios del centro de nuestro corazón y pone en su lugar a las posesiones.
La nueva alianza y la libertad en Cristo
La Segunda Lectura de la Carta a los Colosenses nos ofrece la clave para escapar de la vanidad y la insensatez. San Pablo nos exhorta a vivir nuestra nueva identidad en Cristo: "Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra". Esta es una invitación radical a una vida transformada, donde nuestras prioridades ya no se rigen por lo terrenal y perecedero, sino por lo celestial y eterno. Hemos "muerto" al viejo yo, al hombre carnal apegado a las posesiones y los deseos desordenados, para que nuestra verdadera "vida esté escondida con Cristo en Dios". Esto implica un constante esfuerzo por "dar muerte a todo lo malo que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría". Al revestirnos del "nuevo yo", nos renovamos a imagen de nuestro Creador, reconociendo que en Cristo no hay barreras ni divisiones, sino que Él es "todo en todos", la fuente de nuestra unidad y de nuestra verdadera dignidad.
Ser testigos hoy
En un mundo que a menudo nos empuja a la acumulación y al consumo desmedido, las palabras de Jesús y de la Escritura son un faro que ilumina nuestro camino. Como comunidad de creyentes, estamos llamados a ser testigos vivos de una vida desapegada de lo material y centrada en los "bienes de arriba, donde está Cristo". Esto implica un cambio de mentalidad, una verdadera conversión de corazón. Significa valorar más la comunión, el servicio y el amor fraterno que las posesiones. Debemos examinar nuestra propia relación con el dinero y los bienes, preguntándonos si son herramientas para el bien común o si se han convertido en ídolos que nos esclavizan.
La invitación de San Pablo a "den muerte... a todo lo malo que hay en ustedes" y a "despojarse del modo de actuar del viejo yo y revestirse del nuevo yo" es una llamada a la purificación de nuestras intenciones y deseos. Vivir como resucitados con Cristo significa buscar la verdadera riqueza en la relación con Él, en la gracia y en las obras de caridad. Esto nos libera de la ansiedad por acumular y nos abre a la alegría de compartir, de ser generosos y de reconocer a Cristo en cada hermano y hermana. Es en esta libertad interior donde encontramos la verdadera paz y la alegría duradera, una alegría que no es vana ilusión, sino la promesa de la vida eterna que ya comienza en este mundo.