Verbum Domini – Domingo XX del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Comentario a las lecturas del XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C, 2025

VERBUM DOMINI

8/16/20254 min read

“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”

(Lc 12, 49)

Señor Jesús, que viniste a encender el fuego del amor divino en la tierra, concédenos la gracia de no temer su calor purificador. Danos la valentía de los profetas para anunciar tu verdad y la perseverancia de los mártires para correr nuestra carrera con la mirada fija en ti. Que, en medio de las pruebas, nunca perdamos el ánimo, sostenidos por la certeza de que tu Cruz es promesa de Resurrección y que nuestros nombres están escritos en el cielo.

Amén

Avanzamos en el Tiempo Ordinario, ese camino litúrgico que nos invita a profundizar en el misterio de Cristo en la vida cotidiana. Sin embargo, la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone este domingo es todo menos “ordinaria”. Nos sacude, nos despierta de cualquier letargo espiritual y nos confronta con la radicalidad que implica seguir a Jesús. Las lecturas de hoy no nos ofrecen un consuelo fácil ni una paz superficial, sino que nos sumergen en la tensión inherente a la fe: el “fuego” del Evangelio que, al purificar, inevitablemente revela y a veces divide. Es una invitación a examinar la autenticidad de nuestro seguimiento, no desde la comodidad, sino desde la valiente perseverancia que nace de una mirada fija en Cristo.

El Fuego que Prueba y el Testimonio que Salva

El Evangelio de Lucas nos presenta a un Jesús apasionado y decidido, cuya misión es encender un “fuego” en la tierra. Este fuego no es el de la destrucción, sino el del Espíritu Santo: un fuego de amor, de verdad y de justicia que purifica el corazón humano y transforma el mundo. Es el fuego de Pentecostés que quema toda escoria de pecado y enciende el coraje de los testigos. Sin embargo, Jesús sabe que este fuego divino trae consecuencias. Antes de que arda en el mundo, debe consumirlo a Él primero en el “bautismo” de su Pasión y Muerte en la Cruz. Sabe también que su mensaje, por ser luz, expondrá las tinieblas, y esto creará división. La paz que Cristo ofrece no es la ausencia de conflicto, sino la reconciliación profunda con Dios, que a menudo nos pone en contradicción con un mundo que rechaza su señorío. Por eso habla de división en las familias, no porque Él la desee, sino como consecuencia inevitable de la elección radical que el Evangelio exige. Escoger a Cristo por encima de todo, incluso de los lazos más queridos, es el precio del discipulado.

Esta tensión del profeta la vemos encarnada dramáticamente en Jeremías. En la primera lectura, el profeta es arrojado a un pozo de lodo por anunciar la verdad de Dios, una verdad que desmoraliza a quienes confían en sus propias fuerzas y no en el Señor. Jeremías sufre el rechazo por su fidelidad, hundiéndose en la desesperación como preludio de la muerte. Sin embargo, así como la Palabra de Dios lo metió en problemas, es también la que suscita un salvador inesperado: Ebed-Mélek, un extranjero, un oficial etíope que ve la injusticia y tiene el valor de interceder por el profeta. Dios nunca abandona a sus testigos. El Salmo 39 se convierte en la oración perfecta de Jeremías y de todo creyente en la angustia: “Esperé en el Señor con gran confianza; él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias. Del charco cenagoso y la fosa mortal me puso a salvo”.

Correr con la Mirada Fija en el Autor de la Fe

Frente a este panorama de lucha y posible persecución, la segunda lectura, de la Carta a los Hebreos, nos ofrece la clave para no “perder el ánimo”. Nos recuerda que no estamos solos en esta carrera. Estamos “rodeados por la multitud de antepasados nuestros, que dieron prueba de su fe”. Jeremías, Ebed-Mélek y tantos otros santos y mártires son esa nube de testigos que nos alientan desde la meta. Su ejemplo nos inspira, pero nuestra fuerza no reside en ellos, sino en Aquel que va por delante: Jesús, “autor y consumador de nuestra fe”. La solución para perseverar en medio del fuego y la división es una: mantener “fija la mirada en Jesús”.

Él es el modelo perfecto de perseverancia. Soportó la contradicción de los pecadores y abrazó la cruz “sin temer su ignominia”, porque su mirada estaba puesta en el gozo de la Resurrección y la salvación de todos nosotros. Cuando el seguimiento se vuelve difícil, cuando la fidelidad al Evangelio nos trae incomprensión o nos aísla, cuando sentimos que nos hundimos en el lodo como Jeremías, estamos llamados a meditar en el ejemplo de Cristo. Él no nos prometió un camino sin cruz, pero sí nos aseguró que la cruz, abrazada por amor, conduce a la gloria. La lucha contra el pecado es real, a veces extenuante, pero no la libramos con nuestras propias fuerzas, sino con la gracia que fluye de Aquel que ya ha vencido.

Ser testigos hoy

¿Cómo resuenan en nosotros estas palabras sobre el fuego y la división? Quizás nos hemos acostumbrado a una fe cómoda, una fe que no incomoda a nadie porque no transforma nada. Jesús hoy nos advierte contra la paz falsa del mundo, que es en realidad una indiferencia ante la verdad. Ser cristiano hoy significa atreverse a llevar el “fuego” del amor de Cristo a nuestros ambientes. Significa optar por la honestidad en un trabajo donde reina la corrupción; vivir la castidad y la fidelidad en una cultura que las desprecia; perdonar cuando el mundo clama venganza; defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural cuando es amenazada.

Estas decisiones, tomadas en conciencia y por amor a Cristo, inevitablemente crearán “división”. Quizás nos distancien de amigos, nos causen tensiones familiares o nos ganen la etiqueta de “radicales”. No buscamos el conflicto, pero tampoco podemos diluir el Evangelio para ser aceptados por todos. Como Jeremías, nuestra fidelidad puede llevarnos a nuestro propio “pozo”. Pero es precisamente en esa prueba donde, como nos recuerda la Carta a los Hebreos, debemos fijar la mirada en Jesús. Él es nuestra fuerza y nuestra esperanza. Y como Ebed-Mélek, estamos llamados a ser valientes defensores de la verdad y de la justicia, a no callar ante el mal y a rescatar a nuestros hermanos que sufren. Corramos con paciencia la carrera de la fe, sabiendo que Aquel que la inició en nosotros la llevará a su feliz cumplimiento.