Verbum Domini – Solemnidad de la Ascensión del Señor

Comentario a las lecturas de la Solemnidad de la Ascensión del Señor

VERBUM DOMINI

6/1/20253 min read

“Serán mis testigos hasta los últimos rincones de la tierra” (Hch 1,8)

Señor Jesús, que ascendiste glorioso al cielo, no para alejarte, sino para elevarnos contigo, envía sobre nosotros tu Espíritu. Haznos testigos valientes de tu Evangelio, y que tu bendición nos acompañe cada día, hasta tu regreso glorioso. Amén.

Cristo asciende y la misión comienza

Celebramos hoy la Solemnidad de la Ascensión del Señor, un momento culminante del tiempo pascual. Esta fiesta conmemora el retorno glorioso de Cristo al Padre, después de haber cumplido su misión redentora en la tierra.

La primera lectura, tomada del inicio del libro de los Hechos, recoge el último diálogo de Jesús con sus discípulos antes de ser elevado al cielo: les promete el Espíritu Santo y los envía como testigos hasta los confines del mundo.

El Salmo 46 resuena con júbilo, aclamando al Rey que asciende entre trompetas y cantos. La carta a los Hebreos (segunda lectura) subraya que Cristo ha entrado en el cielo como verdadero sumo sacerdote, abriendo para nosotros un camino nuevo hacia el santuario eterno.

Finalmente, el evangelio de Lucas retoma la escena final: el Señor resucitado bendice a los suyos y, mientras lo hace, se eleva al cielo, dejando a los discípulos llenos de gozo y adoración.

Se va, pero no nos deja

El Señor asciende al cielo, pero no como quien se aleja sin retorno, sino como quien inaugura un nuevo modo de presencia. A partir de este momento, la misión de la Iglesia comienza realmente: ya no se trata de ver al Resucitado con los ojos del cuerpo, sino de hacerlo presente en el mundo por medio del testimonio de los discípulos. El mandato de Jesús es claro: “Ustedes son testigos de esto” (Lc 24, 48), testigos de su muerte, resurrección y del perdón que ahora se anuncia a todos los pueblos.

San Lucas presenta la Ascensión como el puente entre la vida de Jesús y la vida de la Iglesia. Este momento no es un "epílogo", sino un "prólogo". El Resucitado no ha terminado su obra, sino que la ha confiado a los suyos, que no deben quedarse “mirando al cielo” (Hch 1,11), sino anunciar el Evangelio con valentía. Como enseñaba san Juan Pablo II: “La Ascensión no significa la ausencia de Cristo del mundo, sino más bien el inicio de una nueva forma de presencia” (Audiencia general, 17 mayo 1979).

Esta nueva forma de presencia requiere madurez espiritual: la fe en Aquel que ya no se ve, pero que actúa en la historia por medio de su Espíritu. El acontecimiento de la Ascensión también nos introduce en la liturgia del cielo: Cristo, el Sumo Sacerdote, ha entrado en el santuario verdadero (cf. Heb 9, 24), llevando consigo nuestra humanidad. En él, la humanidad redimida ya tiene lugar en la gloria del Padre. Por eso, su Ascensión es también promesa y esperanza: “Este mismo Jesús volverá como lo han visto subir al cielo” (Hch 1, 11).

El gozo que experimentan los discípulos al regresar a Jerusalén (cf. Lc 24, 52) revela que la ausencia visible de Jesús no es motivo de tristeza, sino de alegría confiada: saben que Él está vivo, glorificado, y que su bendición permanece activa. Además, están a punto de recibir al Paráclito, la fuerza que transformará su temor en audacia y los enviará a proclamar la buena nueva. Así, el mensaje cristiano se expande desde Jerusalén hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8), cumpliendo la promesa del Reino.

La Ascensión, por tanto, nos invita a vivir con una mirada elevada al cielo, pero con los pies bien plantados en la tierra. Nos recuerda que la fe no es evasión del mundo, sino compromiso transformador. Desde el cielo, Cristo intercede por nosotros; desde la tierra, nosotros le damos voz, rostro y manos a su Evangelio. San Agustín, comentando este misterio, decía: “Subió al cielo, y sin embargo está con nosotros; nosotros también estamos con Él allá arriba, aunque aún no se haya cumplido en el cuerpo lo que ya se ha cumplido en la esperanza” (Sermón 263,1).

Ser testigos hoy

Esta fiesta nos invita a vivir con esperanza activa, a proclamar con la vida el Evangelio, sabiendo que no estamos solos. Como comunidad, estamos llamados a vivir en alabanza, como los primeros discípulos, y a ser sembradores de gozo, portadores de bendición y testigos del Reino que ya ha comenzado.

Hoy más que nunca necesitamos cristianos que vivan como testigos de Cristo resucitado. La Ascensión nos impulsa a dejar la pasividad y el miedo, y a lanzarnos con confianza a anunciar la esperanza del Evangelio. En medio de un mundo herido por la desesperanza, la violencia o la indiferencia, somos enviados como testigos del Reino. Esto no requiere discursos elaborados, sino vidas coherentes, comunidades que bendicen, sanan y construyen.